VOLUMEN 7, Nro. 14 / MAYO-AGOSTO 2025
ISSN: 2708 – 6631 / ISSN-L: 2708 - 6631 / Pp. 17 - 32
www.propuestaseducativas.org
Reflexión crítica a la ética en la investigación científica
Critical
reflection on ethics in scientific research
Rodolfo Luis Delgado
rodolfoluisdelgado@yahoo.com
https://orcid.org/0009-0008-5553-0777
Universidad Politécnica Territorial de Maracaibo – Maracaibo, Venezuela
Mario Roberto Arauz Chávez
machproducciones2010@gmail.com
https://orcid.org/0009-0005-8522-041X
Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, Manta, Ecuador
https://doi.org/10.61287/propuestaseducativas.v7i14.5
Recibido: 05 de diciembre 2024 | Arbitrado: 08 de enero de 2025 |
Aceptado: 20 de febrero 2025 | Publicado: 06 de mayo 2025
RESUMEN
La ética en la
investigación científica enfrenta tensiones entre modelos tradicionales y
desafíos contemporáneos, como la desigualdad estructural, la urgencia de
transformaciones epistémicas y la necesidad de integrar perspectivas
crítica. En tal sentido, el objetivo es analizar y reflexionar
críticamente sobre la ética en la investigación científica, buscando revelar la
aparente neutralidad y objetividad que tiene esta relación aceptada como una
norma general, y que ha producido las relaciones productivas actuales. Para
ello, se asumió un enfoque cualitativo, método analítico y crítico, con técnica
documental hermenéutica y dialéctica del contexto sociohistórico. Revelándose:
1) La ética aceptada universalmente instituye el poder y las normas sociales;
2) La conflictividad entre capital y trabajo son producto de los preceptos
éticos; 3) La degradación ambiental es resultante de la concepción ética
asumida. Por lo que se concluye que, la ética positivista conservadora,
arraigada en estructuras históricas de dominación, ha perpetuado un pensamiento
hegemónico que prioriza la neutralidad científica y la estabilidad
institucional sobre la justicia social. Sin embargo, en el contexto global
actual marcado por crisis ambientales, desigualdades estructurales y movimientos
sociales que exigen transformación, este modelo carece de viabilidad fáctica.
Su continuidad no solo perpetuaría sistemas opresivos, sino que amenazaría el
legado de la humanidad, al ignorar las urgencias de un mundo que clama por
equidad y sostenibilidad.
Palabras
clave: Contexto sociohistórico; Desafíos contemporáneos;
Ética positivista, investigación científica; Modelos tradicionales; Pensamiento
hegemónico
ABSTRACT
Ethics in scientific research
faces tensions between traditional models and contemporary challenges, such as structural inequality, the urgency of epistemic
transformations, and the need to integrate
critical perspectives. In this regard, the
objective is to analyze and critically reflect on ethics in scientific
research, seeking to reveal the
apparent neutrality and objectivity of this relationship, accepted as a general norm, which has produced current productive relations. To this end,
a qualitative approach, analytical and critical method, and hermeneutical and dialectical documentary techniques of the
sociohistorical context were adopted. The
following are revealed: 1) Universally accepted ethics establish power and social norms; 2) Conflicts between capital and
labor are a product of ethical precepts; 3) Environmental degradation results from the
assumed ethical conception. Therefore, it is concluded
that conservative positivist
ethics, rooted in historical structures of domination, has perpetuated a hegemonic way of thinking
that prioritizes scientific neutrality and institutional stability over social justice. However, in the current global context marked by environmental
crises, structural inequalities,
and social movements demanding
transformation, this model lacks practical
viability. Its continuation would not only perpetuate
oppressive systems but also threaten
humanity's legacy by ignoring the
urgent needs of a world crying
out for equity
and sustainability.
Keywords: Sociohistorical
context; Contemporary challenges; Positivist ethics; Scientific research; Traditional models; Hegemonic thinking
INTRODUCCIÓN
La ética en la
investigación científica ha emergido como un pilar esencial para garantizar la
integridad metodológica y la validez de los resultados, asegurando que los
procesos científicos se desarrollen con transparencia y responsabilidad. Este
enfoque, lejos de limitarse a cumplir normativas, implica una reflexión crítica
sobre los valores que orientan cada etapa investigativa, desde la formulación
de hipótesis hasta la divulgación de hallazgos (González Acuña et al., 2024).
Por ejemplo, la honestidad y la integridad no solo protegen a los
participantes, sino que también fortalecen la confianza en la comunidad
científica, permitiendo que otros investigadores validen o repliquen estudios
con rigor (Ventura y Oliveira, 2022).
La violación de
estos principios como la manipulación de datos o el plagio no solo compromete
la credibilidad de los hallazgos, sino que socava la legitimidad de la ciencia
en su conjunto (Rosas, 2023). En este sentido, los comités de ética y las
normativas institucionales actúan como mecanismos de control, aunque su
eficacia depende de una cultura ética arraigada en las instituciones, más allá
del cumplimiento burocrático (Santana López et al., 2024).
La ética en la
investigación trasciende el mero cumplimiento normativo, posicionándose como un
eje estructural que regula la interacción entre investigadores y sociedad. Esta
dimensión ética fomenta valores como la colaboración multidisciplinaria y la confianza
pública, esenciales para la sostenibilidad del conocimiento científico (Armond et al., 2021). En línea con esto, la Declaración de
Singapur sobre Integridad Científica (Resnik & Shamoo, 2023) enfatiza que la ética debe traducirse en
prácticas como la transparencia metodológica y el reconocimiento equitativo de
autorías, evitando el plagio y la manipulación de datos. Estas acciones no solo
protegen a los participantes, sino que también legitiman la ciencia ante la
sociedad, asegurando que sus resultados sean aplicables a problemáticas reales
(León-Correa & Beca, 2023).
En el ámbito de
las ciencias sociales, la ética adquiere matices complejos debido a su enfoque
en dinámicas humanas y colectivas. Teorías como la ética deontológica kantiana
que prioriza el deber moral y la autonomía racional encuentran relevancia en la
protección de derechos de comunidades vulnerables (Armond
et al., 2021). Por ejemplo, Kant argumentaba que los sujetos de investigación
deben ser tratados como fines en sí mismos, nunca como medios para otros
objetivos (Fajardo, 2022). Complementariamente, el utilitarismo de Bentham
(Villegas Aleksov, 2021) aporta una perspectiva
pragmática, evaluando acciones según su capacidad para maximizar el bienestar
social, aunque esto exige equilibrar beneficios colectivos con riesgos individuales.
La ética de la
virtud, inspirada en Smith, subraya la importancia de cultivar hábitos morales
en los investigadores, como la humildad intelectual y la empatía, que facilitan
la cooperación intercultural en estudios participativos (León-Correa &
Beca, 2023). Estos enfoques, articulados con marcos normativos, consolidan una
racionalidad ética institucionalizada que guía desde el diseño metodológico
hasta la difusión de resultados
Este estudio
adopta un marco dialéctico-crítico para examinar los sistemas éticos,
destacando cómo las estructuras de poder moldean las normas sociales e
institucionalizan fundamentos éticos que perpetúan los sistemas productivos
contemporáneos. Basándose en la teoría crítica (Adorno & Horkheimer, 2023),
se argumenta que los grupos dominantes han históricamente configurado
principios éticos para legitimar relaciones capital-trabajo explotadoras y la
degradación ambiental. Por ejemplo, la crítica marxista del capitalismo revela
cómo la mercantilización del trabajo y la extracción de plusvalía se justifican
mediante narrativas morales que naturalizan la desigualdad (Ferrare & Phillippo, 2021; Wiedmann, 2023).
Estas dinámicas se refuerzan mediante la regulación moral respaldada por el
Estado, donde las élites propagan mitos de meritocracia para culpar a grupos
marginados por la pobreza sistémica, ocultando la opresión estructural (Corrigan & Sayer, 2022; Halewood,
2023).
La destrucción
ambiental surge como consecuencia directa de una ética capitalista que prioriza
las ganancias sobre los límites planetarios. Como señalan los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de la ONU (Chen & Marquis,
2022), los sistemas económicos actuales externalizan costos ecológicos, creando
una "imperativa de sostenibilidad" que exige redefinir los principios
centrales del capitalismo. Esto se alinea con las críticas al capitalismo de
vigilancia, donde oligopolios tecnológicos manipulan el discurso moral para
consolidar el poder mientras evaden responsabilidades (Kneuer,
2022; Keegan, 2024). En América Latina, estas dinámicas se entrelazan con
legados coloniales, ya que los marcos éticos eurocéntricos suprimen
epistemologías indígenas que enfatizan el manejo comunal de los recursos
(León-Correa & Beca, 2023).
El análisis
aboga por una epistemología crítica arraigada en una ética participativa. Esto
requiere desmantelar la "hipocresía moral" de los detentadores del
poder quienes imponen estándares estrictos a grupos marginados mientras se
eximen así mismos y priorizar los movimientos sociales en la toma de decisiones
éticas. Por ejemplo, colectivos laborales en Argentina y Brasil han desafiado
narrativas neoliberales redefiniendo la productividad mediante economías
solidarias (Ferrare & Phillippo, 2021). Estos esfuerzos
subrayan la urgencia de reemplazar una ética extractivista con marcos que
prioricen la justicia interseccional y la regeneración ecológica (Chen & Marquis, 2022).
La praxis
investigativa debe reflexionar sobre cómo el conocimiento se construye
históricamente, influenciado por dos dinámicas fundamentales: primero, la
historicidad social del conocimiento, moldeado por paradigmas éticos
universalmente aceptados que reflejan relaciones productivas vigentes (Artigas
& Casanova, 2020); segundo, la influencia recíproca de poderes políticos y
económicos que controlan medios de producción, generando una "cultura de
masas" que naturaliza desigualdades (Cook, 2020). Estos poderes, ejercidos
por élites dominantes, institucionalizan una ética funcional a sus intereses,
protegiendo su hegemonía mediante narrativas morales que legitiman explotación
laboral y degradación ambiental (Wiedmann, 2023).
Los paradigmas
éticos no son neutros, sino que emergen de estructuras de poder que priorizan
intereses de clases dominantes. Por ejemplo, la ética capitalista justifica la
mercantilización del trabajo mediante mitos de meritocracia, ocultando la
extracción de plusvalía (Ferrare & Phillippo,
2021). Esto se refleja en estudios que analizan cómo la Declaración de Helsinki
ha sido adaptada para equilibrar avances científicos con protección de derechos
humanos, aunque persisten tensiones entre ética universal y contextos locales
(Rodríguez Puga, 2025).
La "cultura
de masas" descrita por Adorno (del Arco Ortiz, 2023) se materializa en
prácticas como el capitalismo de vigilancia, donde oligopolios tecnológicos
manipulan discursos éticos para consolidar control (Kneuer,
2022). En investigación, esto se evidencia en la presión por publicar, que
puede llevar a manipulación de datos o plagio, fenómenos que los comités de
ética intentan mitigar mediante protocolos como el Publishing Ethics Resource Kit. Sin embargo,
su eficacia depende de una cultura ética arraigada, no solo de normativas
(León-Correa & Beca, 2023).
En síntesis, nos
propondríamos la siguiente interrogante, ¿Cómo se ha configurado históricamente
la relación entre ética e investigación científica en contextos sociales
productivos alejados del actual paradigma?, por lo que, se tiene como objetivo
analizar y reflexionar críticamente sobre la ética en la investigación
científica, buscando revelar la aparente neutralidad y objetividad que tiene
esta relación aceptada como una norma general, y que ha producido las
relaciones productivas actuales. El análisis inicia con una aproximación de la
noción de la ética clásica de los griegos, pasando por la Modernidad y la
actualidad, dónde diversas concepciones de ética se han prescrito.
MÉTODO
Este estudio se
fundamenta en una revisión sistemática cualitativa con diseño
bibliográfico-documental, integrando un enfoque analítico-crítico y el método
dialéctico para aproximarse al objeto de estudio. Desde el paradigma de la
teoría crítica, se analiza la relación entre ética e investigación científica,
contextualizando su evolución histórica y su aplicación en relaciones sociales
productivas alejadas del contexto actual, con énfasis en América Latina y su
relevancia universal.
Para lo que, se
revisaron artículos científicos, libros académicos y documentos históricos que
aborden la ética en la investigación científica, su desarrollo teórico y su
aplicación en contextos sociales productivos. Sobre estudios críticos sobre
paradigmas epistemológicos y su impacto en la producción de conocimiento. Así
como, regulaciones éticas (Declaración de Helsinki, principios de Núremberg) y
su adaptación en América Latina y como herramientas digitales el uso de bases
de datos (Scopus, PubMed, SciELO) y gestores
bibliográficos (Zotero, Mendeley) para organizar y analizar la información.
Se realizó una
búsqueda sistemática en bases de datos académicas (Scopus,
SciELO, PubMed) usando descriptores MeSH y términos
libres: como palabras clave: "ética en investigación científica",
"teoría crítica", "relaciones sociales productivas",
"América Latina", "colonialismo", "bioética",
filtros, estudios publicados entre 2015-2025, en español, inglés o portugués y
criterios de inclusión y exclusión Tabla 1
Tabla
1. Criterios de inclusión y exclusión
Criterio |
Inclusión |
Exclusión |
Tipo de estudio |
Artículo, libros, documentos históricos con análisis crítico o teórico. |
Estudios descriptivos sin enfoque analítico o contextual. |
Enfoque |
Vinculación explícita entre ética, investigación y relaciones sociales. |
Trabajos que no aborden la dimensión histórica o social. |
Geografía |
Estudios con énfasis en América Latina o contextos universales
aplicables. |
Investigaciones focalizadas en regiones sin relevancia comparativa. |
Se aplicó el
método dialéctico para contrastar contradicciones entre modelos éticos
universales y su implementación en contextos históricos desiguales. Se
integraron hallazgos mediante metasíntesis
cualitativa, priorizando estudios que evidencien tensiones entre conocimiento
científico y justicia social (Tefera & Yu, 2022). Para la validación y rigor metodológico se
cruzaron fuentes primarias (documentos históricos) y secundarias (análisis
teóricos) para validar interpretaciones y registraron sesgos durante el
análisis mediante diarios de investigación, alineándose con principios de la
teoría crítica (Habermas, 1984).
RESULTADOS
La ética clásica
griega Tabla 2, cimentada en la reflexión sobre la virtud y la razón, sentó las
bases de un conocimiento que, como señalan Stadler et
al. (2024), se construye históricamente mediante aprendizajes teóricos y
prácticos moldeados por instituciones y contextos culturales. En la República
de Platón, la Alegoría de la Cueva (Libro VII) ilustra cómo la subjetividad,
condicionada por experiencias individuales y estructuras de poder, distorsiona
la realidad, reduciéndola a sombras de objetos que se asumen como verdades
absolutas. Este planteamiento anticipa críticas modernas sobre la relatividad
del conocimiento, donde la ética se vincula a valores condicionantes que
orientan el abordaje de objetos cognoscibles (Aguilera-Amaro et al., 2019).
Tabla
2. Evolución de la noción de ética desde la Grecia
clásica hasta la actualidad
Aspecto |
Ética griega clásica |
Ética moderna |
Ética contemporánea |
Enfoque principal |
Virtud y razón: Búsqueda de la eudaimonía (felicidad)
mediante la excelencia moral (Aristóteles) y la justicia (Platón) (Pozón-López et al., 2020). |
Autonomía y deber: Énfasis en la razón individual (Descartes) y el
imperativo categórico kantiano (Fajardo, 2022). |
Justicia global y sostenibilidad: Derechos humanos, equidad
interseccional y regeneración ecológica (Chen & Marquis, 2022). |
Fundamento teórico |
Arete (virtud) y phronesis
(sabiduría práctica) (Aristóteles). Educación para el bien común (Chang et al., 2022). |
Racionalismo (Descartes) y deontología
(Kant). Separación de ética y religión (Pozón-López
et al., 2020). |
Pluralismo ético: Ética del cuidado,
pragmatismo y crítica a estructuras de poder (León-Correa & Beca, 2023). |
Principales figuras |
Sócrates (mayéutica), Platón (Alegoría de la Cueva), Aristóteles (Holst, 2024). |
Descartes (razón individual), Kant (deber universal), Marx (ética
materialista). |
Kierkegaard (existencialismo), Stirner
(egoísmo), teorías críticas (Cook, 2020). |
Relación con la sociedad |
Polis: Ética vinculada a la participación política y el bien colectivo (Chang et al., 2022). |
Individualismo: Ética centrada en el sujeto racional (Descartes) y
el contrato social (Hobbes). |
Crítica a estructuras de poder: Ética como herramienta para
desmantelar desigualdades (Wiedmann, 2023). |
Legado en la actualidad |
Virtud y justicia: Persisten en debates sobre ética aplicada (ej.
eutanasia) (Gómez-Lobo, 1999). |
Deber kantiano: Base de normativas como la Declaración de Helsinki
(Rodríguez Puga, 2025). |
Ética ambiental: Crítica al capitalismo extractivista (Chen & Marquis, 2022). Ética del cuidado: Enfoque en vulnerabilidades (León-Correa
& Beca, 2023). |
Diversas
concepciones de éticas se han postulados para dar sentido a la vida individual
y social. Por ejemplo, Sócrates y los sofistas concebían la ética como ciencia.
Donde los sofistas defendían doctrinas caracterizadas por el escepticismo,
relativismo y subjetivismo; Protágoras, unos de los connotados sofistas,
señalaba: “el hombre es la medida de todas las cosas”; “las cosas son para mí
como a ti te parece que son”, esto en el ámbito de la ética se refiere que los
conceptos y valores eran relativos; Sócrates no compartía esta manera de
pensar, pues decía que si no se acepta la validez del conocimiento, no habrá
ciencia ni moralidad porque la ciencia es la base de la moralidad.
Protágoras
defendió un relativismo epistemológico que negaba la existencia de verdades
universales, argumentando que "el hombre es la medida de todas las
cosas" (Bett, 2018). Este enfoque subjetivista
sostiene que los fenómenos se perciben de manera distinta según la perspectiva
individual, rechazando la objetividad absoluta. Sin embargo, Delcomminette (2025) en análisis recientes ampliados por Bett (2023) matiza que Protágoras moderó su postura hacia
un utilitarismo práctico: aunque todas las opiniones son igualmente válidas,
algunas resultan más ventajosas para el individuo o la sociedad. Este giro
introduce una jerarquía funcional dentro del relativismo, donde la utilidad
social o personal determina la relevancia de las creencias, sin invalidar su
subjetividad. Esta tensión entre relativismo y pragmatismo refleja un debate
eterno: ¿es posible conciliar la diversidad de perspectivas con criterios de
eficacia o justicia? La respuesta protagórica sugiere
que, aunque la verdad sea relativa, su aplicación práctica exige evaluar
consecuencias, abriendo un espacio para la ética y la política.
Otra postura
sobre la ética y el conocimiento la expone Epicuro, proponiendo otro enfoque,
transformado posteriormente en un movimiento filosófico denominado el
epicureísmo, Se basado principalmente en la epistemología empírica, la física
atomista inspirada en las enseñanzas de Leucipo y Demócrito y la ética
hedonista. Su escuela duró siete siglos. Sin embargo, en la edad media fue
proscrita, producto que los alegatos del filósofo griego fueron destruidos,
porque el cristianismo no pudo adaptarlos a su contexto. Puntos de vista
cristianos sobre el dolor (Delcomminette, 2025).
No obstante, los
griegos aportaron los fundamentos de la ética que actualmente se encuentra
vigente de manera universal. Unos de los filósofos de mayor influencia es
Platón, el cual postula la ética de la virtud en la República, considerando
cuatro virtudes principales: 1) la sabiduría, 2) el coraje o fortaleza de
ánimo, 3) templanza y 4) justicia. “Instituyendo una correspondencia entre cada
una de las virtudes y las distintas partes del alma y las clases sociales de la
ciudad ideal” Delcomminette (2025). Afirmando que,
La
parte más elevada del alma, la parte racional, posee como virtud propia la
sabiduría; pero la justicia, la virtud general que consiste en que cada parte
del alma cumpla su propia la función, estableciendo la correspondiente armonía
en el hombre, impone los límites o la proporción en que cada una de las
virtudes ha de desarrollarse en el hombre. La ética de Platón, al igual que la
socrática, se puede identificar el bien con el conocimiento, caracterizándose
por un marcado intelectualismo Delcomminette (2025).
Lo que traduce
para los griegos que, la epistemología en la investigación científica tiene un
alto componente de sabiduría, siendo a su vez atributo del conocimiento formal,
donde la razón viene a cumplir un rol determinante. Empero, para Aristóteles,
no es posible afirmar la existencia del "bien en sí", de un único
tipo de bien: del mismo modo que el ser se dice de muchas maneras, habrá
también muchos tipos de bienes. Todo arte y toda investigación científica, lo
mismo que toda acción y elección parecen tender a algún bien; y por ello
definieron con toda pulcritud el bien los que dijeron ser aquello a que todas
las cosas aspiran (Holst, 2024).
La
Ética a Nicómaco comienza afirmando que toda acción humana se realiza en vistas
a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto,
se identifica con el bien. Si esto es así, el fin de un investigador cuando
realiza una investigación científica es hacer el bien, sin embargo, ¿este bien
se encuentra en razón a las necesidades sociales o para satisfacción personal
que persigue la felicidad como fin último? (Delcomminette,
2025).
Siguiendo con
Holst (2024), existen pues dos especies la virtud: intelectual y moral, la
intelectual debe sobre todo al magisterio su nacimiento y desarrollo, y por eso
ha menester de experiencia y de tiempo, en tanto que la virtud moral (ética) es
fruto de la costumbre (éthos), de la cual ha tomado
su nombre por una ligera inflexión del vocablo (éthos).
En este sentido, se estable una relación simbiótica entre ética y e
intelectualidad.
Afirma Delcomminette (2025), a este punto las funciones
contemplativas o teóricas, propias del conocimiento científico, (Matemáticas,
Física, Metafísica,) la virtud que les corresponde es la sabiduría (sophía). La sabiduría representa el grado más elevado de
virtud, ya que tiene por objeto la determinación de lo verdadero y lo falso,
del bien y del mal. El hábito de captar la verdad a través de la demostración,
la sabiduría, representa el nivel más elevado de virtud al que puede aspirar el
hombre, y Aristóteles la identifica con la verdadera felicidad. Lo que da a la
ética de la virtud la categoría suprema de felicidad, fin de la existencia
humana.
En
efecto, el saber teórico no "sirve" para nada ulterior, no es un
medio para ningún otro fin, sino que es un fin en sí mismo que tiene su placer
propio; sin embargo, como hemos visto al analizar las virtudes éticas, el
hombre debe atender a todas las facetas de su naturaleza, por lo que
necesariamente ha de gozar de un determinado grado de bienestar material si
quiere estar en condiciones de poder acceder a la sabiduría (Delcomminette, 2025).
Se revela en la
ética de la virtud la integralidad del conocimiento científico, teoría y praxis
son como al agua oxigeno e hidrogeno. En síntesis, La ética de la virtud, se
conceptualiza como la habilidad para realizar cosas. Es parte de alcanzar la
felicidad humana, tal como lo expresó Aristóteles (384 a. C – 322 a. C) según
García-Jiménez & Herrero (2025), se sostiene que las virtudes no son
carácter innato, se debe trabajar. Lo más importante en la vida es alcanzar la
felicidad. Para Aristóteles (384 a. C – 322 a. C), se requiere trabajar la
ética a través de hábitos positivos, que son virtudes y evitar hábitos
negativos que son los vicios.
En la
Modernidad, la ética se secularizó, priorizando la razón individual (Descartes)
y el deber kantiano, aunque persistieron tensiones entre intereses de élites y
necesidades colectivas. Por ejemplo, el humanismo renacentista recuperó
principios aristotélicos, integrando la recta ratio estoica para armonizar fe y
razón. Sin embargo, estas normas éticas, como señala Marx, legitimaron
estructuras de explotación, naturalizando la mercantilización del trabajo
mediante narrativas de "libre mercado" (Wiedmann,
2023).
Durante la
Ilustración (siglo XVIII), la Modernidad consolidó la ética de la razón como
eje central, priorizando el análisis racional sobre las autoridades religiosas
y sentando las bases para la distinción entre
filosofía y ciencia. Descartes, figura precursora, fundamentó la razón
como método para acceder a la verdad mediante la duda metódica, mientras que
Kant desarrolló una ética basada en la autonomía de la voluntad, donde el deber
moral surge del respeto a la ley racional universal (imperativo categórico).
Para Kant, la moralidad no reside en los resultados, sino en la voluntad racional
que guía las acciones, siendo esta la única fuente de valor moral absoluto (Sauerbronn et al., 2024).
Por otra parte,
también tuvo relevancia la concepción ética y de la moral de Juan Jacobo
Rousseau, doctrina socio política que promovió, la igualdad, la justicia y la
libertad. Unos de sus principales trabajos son el “Contrato Social” (1762), o
los “Principios del derecho político”. Es una obra sobre filosofía política y
trata principalmente sobre la libertad e igualdad de los hombres bajo un Estado
instituido por medio de un contrato social. Este texto fue doctrina para
argumentar la Revolución francesa, por sus ideas políticas. Bajo la teoría del
contrato social se fundamenta buena parte de la filosofía liberal, en especial
el liberalismo clásico, con visión filosófica del individuo como fundamental,
que luego decide vivir en sociedad por lo que necesita del Estado de Derecho
que asegure las libertades para poder convivir. De igual manera, se exponen lo
que serían los principios de la filosofía política, en parte por el concepto de
la voluntad general. Que forma parte de nuestro contexto actual.
En la Modernidad
(siglo V – siglo XVIII), se conceptualiza la ética utilitarista, conocida como
política utilitarista, presentada por Jeremy Bentham. Sustentando que todas las
acciones humanas están motivadas por un deseo de obtener placer, bienestar y evitar
el sufrimiento. Por otra parte, la ética del lenguaje, que se concentra en el
análisis del uso de conceptos y proposiciones de teorías morales para refutar o
aceptar su coherencia. Se revisa el significado de términos éticos para evaluar
la viabilidad de la ética y la praxis humana. Esto corresponde a la semántica
del lenguaje. También se concibe la ética del lenguaje y uso pragmático.
En la
actualidad, la ética enfrenta desafíos como la crisis de la moralidad, donde
paradigmas como el capitalismo de vigilancia manipulan discursos morales para
consolidar poder (Kneuer, 2022). La ética aplicada
desde la eutanasia hasta la inteligencia artificial exige redefinir principios
clásicos (virtud aristotélica) en contextos de desigualdad estructural y
degradación ambiental (Chen & Marquis, 2022).
Como en la Cueva platónica, la subjetividad sigue siendo un filtro: los
investigadores, conscientes o no, reproducen sesgos epistemológicos arraigados
en su historia de vida, lo que exige culturas éticas arraigadas para equilibrar
rigor científico y justicia social (León-Correa & Beca, 2023).
Discusión
Los modelos
éticos universales, como el principialismo
(autonomía, beneficencia, no-maleficencia y justicia), surgieron en contextos
occidentales de secularización y racionalidad científica, priorizando
principios individuales y abstractos. En contraste, de acuerdo con Martínez
Moreno (2022), América Latina ha desarrollado una bioética socialmente crítica,
enfocada en inequidades estructurales, pobreza y exclusión, donde la justicia
distributiva y la solidaridad adquieren prioridad sobre principios individuales.
Por ejemplo, en el ámbito de la accesibilidad universal, la región prioriza
políticas que garanticen equidad en entornos naturales y turísticos, integrando
a personas con discapacidad mediante diseños inclusivos que superen barreras
físicas y sociales, alineándose con la Agenda 2030 para el Desarrollo
Sostenible. Este enfoque contrasta con modelos occidentales que, aunque
promueven accesibilidad, suelen enfocarse en estándares técnicos sin considerar
realidades socioeconómicas locales.
En este sentido,
Biscioni et al. (2023), plantean que la aplicación de
modelos éticos universales en Latinoamérica enfrenta tensiones entre principios
abstractos y realidades concretas. Por un lado, la bioética occidental prioriza
la autonomía individual, mientras que en la región persisten desigualdades que
limitan el ejercicio de esta autonomía,
como el acceso desigual a servicios de salud o la exclusión de grupos
vulnerables. Por otro, la ética de la solidaridad latinoamericana exige
políticas estatales que garanticen derechos básicos, como el acceso a espacios
recreativos o turísticos, donde el Estado asume un rol central en la inclusión
social. Además, modelos como el diseño universal se adaptan en la región para
integrar perspectivas culturales y socioeconómicas, superando visiones
reduccionistas que ignoran contextos históricos y estructurales.
Además, la
bioética en Latinoamérica se orienta hacia una ética comprometida, que combate
la discriminación y prioriza la justicia social. Por ejemplo, políticas como la
Ley 42 de Ecuador (1999) y el Decreto Ejecutivo No. 88 (2022) buscan equiparar
oportunidades para personas con discapacidad, integrando componentes
recreacionales y socioeconómicos. Este enfoque según Fonti
(2024) refleja una ética contextualizada, donde la responsabilidad estatal y la
participación comunitaria son pilares para superar desigualdades, en contraste
con modelos liberales que priorizan la autonomía individual sin considerar
barreras estructurales. La región ofrece así un modelo alternativo para
bioéticas globales, integrando dimensiones sociales, económicas y ambientales
en su marco ético.
Por tanto, la
producción de conocimiento en contextos de desigualdad social enfrenta tensiones
entre modelos hegemónicos y perspectivas críticas, donde las estructuras de
poder determinan quién participa y cómo se valida el saber. Por ejemplo, en la
educación superior latinoamericana, persisten modelos universitarios que
priorizan la investigación especializada, ignorando las voces de comunidades
marginadas y reproduciendo jerarquías epistemológicas. Como señala el Informe
Diagnóstico de la OEI (Salinas-Navarro et al., 2024), la pandemia de COVID-19
exacerbó estas desigualdades, ya que instituciones con recursos tecnológicos
avanzados pudieron adaptarse a la producción científica, mientras otras
quedaron relegadas por limitaciones de conectividad y acceso a bases de datos.
Este escenario refleja cómo las condiciones materiales (infraestructura,
financiamiento) condicionan la participación en la generación de conocimiento,
perpetuando exclusiones históricas.
En este
contexto, las relaciones de poder también influyen en la legitimación del
saber. La producción horizontal del conocimiento propone diálogos
interculturales que confronten visiones opuestas, generando nuevos marcos
conceptuales. Sin embargo, en prácticas académicas tradicionales, la autoridad
institucional suele imponer límites a la innovación, como ocurre en el Trabajo
Social, donde la formación profesional enfrenta tensiones entre teorías
hegemónicas y prácticas emancipadoras. Por ejemplo, en la educación superior,
políticas públicas diseñadas para garantizar inclusión chocan con realidades de
discriminación racial y desigualdad de género, evidenciando cómo las
estructuras sociales desiguales limitan la equidad en la producción de
conocimiento (Fonti, 2024).
De ahí que,
Cuevas Cajiga (2024) manifiesta que la crítica epistemológica latinoamericana
cuestiona estos modelos, proponiendo enfoques que integren justicia social y
participación comunitaria. La bioética social, por ejemplo, prioriza la
responsabilidad estatal y la solidaridad sobre principios individuales,
reconociendo que el acceso a servicios básicos (como salud o educación) es
condición para la autonomía. No obstante, la implementación de estas propuestas
enfrenta resistencias, como la inercia institucional que prioriza estándares
internacionales sobre contextos locales, o la falta de financiamiento para
proyectos que no se alinean con agendas globales. Estas contradicciones revelan
cómo las desigualdades estructurales se naturalizan en sistemas de evaluación y
políticas de investigación.
Además, las
tensiones metodológicas son centrales: mientras modelos occidentales valoran la
objetividad y la especialización, enfoques críticos como la educación popular
promueven la articulación teoría-práctica y la participación activa de actores
sociales. La gestión equitativa en empresas, por ejemplo, busca medir
desigualdades de género mediante indicadores cuantitativos, pero choca con la
complejidad de contextos donde la discriminación se reproduce en prácticas cotidianas. Estos ejemplos ilustran
cómo las relaciones desiguales no solo afectan el acceso al conocimiento, sino
también su validación y aplicación, subrayando la necesidad de modelos que descolonizen la producción científica y prioricen la
justicia social.
Finalmente, la
ética en la investigación científica enfrenta desafíos complejos que exigen
adaptación a contextos dinámicos y equilibrar avances tecnológicos con
principios fundamentales. La digitalización y el uso de inteligencia artificial
plantean dilemas éticos sin precedentes. Por ejemplo, la automatización de
procesos investigativos puede optimizar la eficiencia, pero también genera
riesgos como sesgos algorítmicos o violación de la privacidad en el manejo de
datos sensibles. Además, la investigación en genética humana enfrenta desafíos
como la protección de información predictiva que afecta no solo a los
participantes, sino a sus familias y comunidades. Estos avances exigen marcos
regulatorios actualizados que equilibren innovación y protección de derechos.
CONCLUSIONES
La ética
positivista conservadora, arraigada en estructuras históricas de dominación, ha
perpetuado un pensamiento hegemónico que prioriza la neutralidad científica y
la estabilidad institucional sobre la justicia social. Sin embargo, en el
contexto global actual marcado por crisis ambientales, desigualdades
estructurales y movimientos sociales que exigen transformación, este modelo
carece de viabilidad fáctica. Su continuidad no solo perpetuaría sistemas
opresivos, sino que amenazaría el legado de la humanidad, al ignorar las
urgencias de un mundo que clama por equidad y sostenibilidad. El cambio
epistémico es inminente: la ética debe evolucionar hacia enfoques críticos que
desestructuren el sistema mundo, integrando voces marginadas y priorizando la liberación
como eje transformador.
La ética para la
liberación, inspirada en pensadores como Dussel y Freire, emerge como
herramienta para desarticular las lógicas de poder que sostienen la opresión.
Su propuesta no es abstracta: busca transformar estructuras sociales, políticas
y económicas mediante la acción colectiva y la justicia distributiva. Los
opresores, al resistirse a esta transición, no solo perpetúan su dominación,
sino que arriesgan su propia existencia, ya que la inacción frente a crisis
globales como el cambio climático o la desigualdad podría desembocar en un
suicidio colectivo. La urgencia de este cambio epistémico radica en su
capacidad para construir un mundo menos contaminado, justo y libre, donde la
vida de las especies incluida la humana no esté amenazada por sistemas insostenibles.
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